Dios y el terremoto 1972

Testimonio: Dios y el terremoto cambiaron mi vida

Era el 23 de diciembre de 1972, cuando un terrible terremoto de 7,6 grados en la escala de Richter, destruyó la hermosa ciudad de Managua, capital de Nicaragua, país de América Central. Ésta es mi historia.

Mi vida antes del terremoto

Soy la menor de 7 hermanos, 6 mujeres y un varón. Desde pequeña mi madre nos enseñó a amar a Dios por sobre todas las cosas, a asistir a la iglesia los domingos y a sus actividades programadas.

Mi madre y mis hermanas, cantaban en el coro de la Primera Iglesia Bautista y yo recitaba lo que mi mamá me enseñaba, era de tan corta edad y sin embargo, era capaz de aprenderme poesías muy largas, tanto que para los días festivos las recitaba con gracia y soltura.

Era un don que Dios me había dado. Según me contaba mi madre, era muy carismática, y le caía bien a todos los miembros de la congregación.

Mi vida hasta ahí fue normal, pues mis padres se separaron cuando era una bebé. Nunca llegué a tener traumas por el hecho de que mi padre no vivía con nosotros, pues mi madre era una mujer muy cariñosa, protectora y trabajadora, para darnos educación y sacarnos hacia adelante.

Nunca pensé que a la edad de 12 años quedara huérfana de madre y 2 años más tarde de padre. La muerte de mi madre, fue un golpe tan grande, que sí traumatizó mi juventud.

Ese dolor me lo guardé muy dentro de mí, pues nunca se lo manifesté a mis hermanas y hermano. Lloraba donde ellas no me vieran, iba al cementerio y en su tumba de mi madre, allí desbordaba mi dolor; pero delante de mis hermanas, era alegre como si nada me ocurría. Con el tiempo aprendí a guardar muy bien mi dolor.

Tanto mi hermano de 14 años como yo, quedamos en poder de mis hermanas mayores, quienes trataron de sustituir a mi madre, sin embargo dentro de mí, me hacía mucha falta la figura materna, su ternura, sus consejos su amor incomparable.

A causa de eso, comencé a sentir un resentimiento hacia Dios, y le decía:

¿Por qué te has llevado lo que yo más amaba en esta vida?, ¿por qué a mí?, yo veo a las otras niñas de la iglesia con sus mamás y a mi me la quitaste, ¿por qué?.

Yo era la poetisa de la iglesia, sin embargo, a partir de la muerte de mi madre, continué en la iglesia, pero no volví a recitar.

Incluso casi al año de haber muerto mi madre, me pidieron recitar una poesía dedicada a las madres que ya no estaban con nosotros. Si que la inicié, pero no pude concluirla, porque un profundo dolor de sentimiento se apoderó de mí, porque vi como la gente lloraba mientras recitaba, y tuve que retirarme corriendo y llorando a escondidas.

Me fui alejando de la iglesia poco a poco y comencé a vivir una vida social entre personas que no eran cristianas, y cambié la poesía por el baile, el teatro, el ballet, la TV y la política, entre otras cosas. También se apoderó de mí, un espíritu de rebeldía y comencé a llamar a mis hermanas fanáticas.

De todas las cosas que hacía, me encantaba el baile. No es que fuera malo, pero lo hice como mi dios. Me encantaba bailar, tanto que llegué a ser popular en las fiestas. Me hacían rueda, bailando: twist, rock & roll, mambo, chá chá chá, etc. Pero a pesar de todas las fiestas y la vida que llevaba, nunca fumé, ni tomé bebidas alcohólicas.

A los 20 años me casé con un joven de 21 años, el cual era profesor de física-química-matemáticas. Él no era cristiano, sin embargo, nos casamos por la iglesia evangélica, pues en el fondo de mi corazón amaba a mi Dios y Señor, pero a mi manera, pues no iba a la iglesia, ni oraba, ni mucho menos leía la Biblia. Casi me olvidé totalmente de Dios, por eso digo: a mi manera.

En ese tiempo nacieron nuestros primeros tres hijos, a los cuales nunca les enseñé amar a Dios desde pequeños. Tampoco les enseñé a orar o leer la Biblia; pues ni yo lo hacía.

Vivíamos económicamente bien, pues mi esposo no quería que trabajara y que sólo cuidara de los hijos. Él trabajaba como docente y era muy reconocido en los colegios.

La noche del terremoto

Un cielo de sangre

Lo recuerdo como si fuera ayer. Los distintos medios de comunicación decían que se esperaba un terremoto en la capital, anunciando que las personas tomaran precauciones, por cualquier cosa que pudiera ocurrir. En esa época, yo estudiaba Diseño y Decoración de Interiores.

Un día antes de que ocurriera, el 22 de diciembre, tuvimos el último exámen del semestre, y el arquitecto que nos impartía la clase nos invitó a su casa a festejar el fin del semestre.

Dios y el terremoto 1972

De verdad habían señales en el cielo desde temprano ese mismo día. Cerca del anochecer, se comenzó a notar en el cielo un color rojizo, que se hacía cada vez más intenso al llegar la noche, un color rojo, como ensangrentado. Era tan intenso y notorio, que inclusive le declaré a mi esposo: “¡Que miedo!, ¡da hasta miedo ver eso!“. Todos lo veíamos y decíamos: “¡Mira que feo, como está el cielo, parece sangre!”.

Mientras existía éste espectáculo del cielo, los perros ahuyaban, lo cual llamó la atención, pero nadie al final le puso atención. Algunos incluso nos llegaron a afirmar después que en las fincas, las vacas mugían de forma inusual.

Con todo ésto, nunca pensé que iba a ocurrir un terremoto y la gente parecía despreocupada por eso. Eso hizo que a mucha gente, éste evento los tomára desapercibidos.

Fui con mi esposo a la fiesta que nos habían invitado, mientras mis hijos estaban en casa con la nana y otra empleada. Como a las 10:30 de la noche, se me acercó mi esposo y me dijo: “vámonos a casa, pues acaba de haber un temblor fuerte“.

Yo no lo sentí porque estaba bailando y la música estaba en alto volumen. Pero un poco más tarde, volvió mi esposo a insistir que nos fuéramos a casa, porque continuaba temblando con mayor frecuencia y los niños a pesar de estar con la nana y la otra joven, podían estar nerviosos.

Accedí a irnos, ante la protesta de mis compañeros, que nos pedían: “¡Quédense, no pasa nada!“. Sin embargo, nos retiramos y cuando pasamos por el centro de la capital, había mucha gente afuera: en el comercio, en fiestas de fin de año, entre otros.

Era entendible, era diciembre y eso hacía que hubiera fiestas por todos lados. Los vimos pero no nos detuvimos.

Mi esposo es muy ordenado y viendo lo que estaba aconteciendo, para preveer, dejó el carro a una buena distancia de la pared, porque en caso de que algo pasara, no le fueran a caer bloques encima y tuviéramos como movilizarnos en caso de emergencia.

Me acuerdo también de sus palabras: “Duerme vestida como si fuéramos a salir. No te pongas camisón o pijama“.

Yo me enojé, porque me estaba poniendo nerviosa y no me gustaba que me impusieran nada. Pero en mí terquedad e ignorancia, decía: “imposible que vaya a ocurrir algo en Diciembre y ya cerca del 24″.

No le hice caso y molesta me metí a mi dormitorio y me puse mi bata de dormir. Él por el contrario, se puso un pantalón corto, se metió las llaves del carro en el bolsillo y se sentó en la sala a leer el periódico.

Un arrepentimiento genuino

Mientras estaba en el dormitorio, traté de dormir pero no podía. Un sentimiento de miedo se apoderó de mí, y al mismo tiempo una necesidad de orar y de leer la Biblia.

Busqué una Biblia, sabía que tenía una, pero no la encontraba, pues tenía años de no leerla. Como no la conseguí, en mi mente continuaba la necesidad de orar. Tenía una lucha en mi interior y me decía a mi misma:

¿Cómo voy a orar ahora que tengo miedo?. Dios no me va a escuchar, porque tengo muchos años de no hacerlo.

Así pasaron unos minutos, hasta que sentí que alguien me decía: “Ora…Ora…” .

Así que me senté en la cama, cerré los ojos, y ésta fue mi oración:

Señor mi Dios, yo no sé si vas a escuchar esta oración, porque he estado por años sin comunicarme contigo, y ahora que tengo miedo, ¡porque sí, Señor, tengo miedo, te estoy buscando!, perdóname por haber estado tantos años alejada de Ti.

Le abrí mi corazón de tal manera que las lágrimas comenzaron a caer abundantemente y puedes creerme que tenía años que no lloraba, pues en mi dolor por la muerte de mi madre, me había propuesto no llorar.

Pero cuando el Espíritu Santo, te toca, no te puedes resistir.

Seguí confesando mis pecados y entre otras cosas le dije al Señor:

Padre, si pasa algo esta noche, como un terremoto, tal como lo han estado prediciendo, la única culpable de que mi esposo y mis hijos no te conozcan, soy yo. Que a ellos no les pase nada malo; si hay aquí un culpable, soy yo, castígame a mí y no a ellos.

Cuando terminé de orar, sentí una inmensa paz, una que tenía tiempo de no sentirla y me acosté. Al ratito mi esposo se acostó y nos dormimos.

La hora cero

Todo estaba tranquilo y silencioso, hasta que nos despertó un estruendoso ruido. Eran las 12:30 de la madrugada, es decir un poco más de la media noche del 23 de Diciembre de 1972.

¡Terremoto!, gritó mi esposo.

Todo sucedió muy rápido. Mi esposo y yo saltamos de la cama de una manera instantánea, fué como si alguien nos empujara. Todo se movía con fuerza por todas direcciones y rápidamente en medio de la oscuridad, logramos llegar al dormitorio de nuestros hijos, y llamándoles por sus nombres se aferraron a mí llorando.

Teniendo yo cargada a mi hija menor, que tan sólo era una bebé en ese tiempo, y mis dos hijos agarrados de mi ropa, sobrevino el segundo terremoto, que nos movía para arriba y para abajo y de derecha a izquierda fuertemente. Mis hijos gritaban de terror por lo que ocurría.

Cuando todo pareció calmarse, mi esposo buscaba una salida para nosotros, porque el techo de la sala se había desplomado y no teníamos salida.

Dios y el Terremoto 1972
Imagen de archivo: artículo de referencia

Sin embargo, Dios usó a una perrita que hacía dos años había adoptado y esa noche, como dormía dentro de la casa, apareció encima de los escombros y nos comenzó a ladrar, como si nos estuviera llamando.

La perrita ladraba y tomaba camino hacia el patio interno, pero no le hicimos caso. Así que volvió una y otra vez ladrando y caminando hacia el patio, y nos dijimos: “¡mira!, ¡ella trata de decirnos algo!“. Así que la seguimos y nos guió hacia afuera de la casa. Pudimos ver lo destrozada que quedó.

Finalmente con la ayuda de unos vecinos logramos salir hacia la calle.

Sacamos el carro, que finalmente no sufrió daños y lo alejamos de los cables eléctricos. Habían ya pasado más o menos un lapso entre 15 minutos a media hora desde el último temblor. Así que nos metimos en el carro y tuvimos el tiempo incluso para orar y dar gracias a Dios por habernos guardado.

Luego de orar, nos salimos y nos pusimos al lado del carro mi esposo y yo, mientras los hijos junto con las dos empleadas aún estaban en el carro.

Como parecía que lo peor ya había ocurrido y ya había pasado cerca de media hora, muchas personas se volvieron a meter en sus casas o en sus edificios.

Ya eran aproximadamente las 12:50 de la madrugada cuando, de repente, sobrevino un tercer terremoto, que resultó ser el más violento de todos y que duró largo tiempo y nos tomó a todos por sorpresa.

Dios y el Terremoto 1972
Imagen de archivo: artículo de referencia

El carro saltaba como si fuera un caballito. El suelo se movía como si fueran ondas que venían en todas las direcciones, y eso no nos permitía poder estar de pie en ningún momento.

Gracias a Dios, el carro tenía el freno colocado, porque sino hubiera sido así, quién sabe qué hubiera podría haber sucedido.

Lamentablemente, debido a que muchas personas se confiaron y se volvieron a meter en sus casas, perdieron la vida, por la fuerza y la sorpresa con que éste último terremoto llegó.

La protección de Dios

Estoy completamente convencida, que la oración que esa noche hice a través del Espíritu Santo, que se conectó con mi espíritu, que me inquietó, que no dejaba de hablarme y que me dió el valor de buscar a Dios con un corazón genuino, fue lo que salvó nuestras vidas, porque Dios en su infinita misericordia nos protegió de una manera milagrosa.

Dios y el Terremoto 1972
Imagen de archivo: artículo de referencia

Al día siguiente logramos entrar en la casa quitando los escombros y ¡que gran sorpresa fué la que nos llevamos!.

El dormitorio de nuestros hijos estaba intacto, ni los cuadros que estaban en la pared, se cayeron, cuando el resto de la casa estaba destrozada y allí fué donde estabamos toda la familia.

En la cocina lo único que quedó en el refrigerador, fue la leche, que era necesaria para nuestra hija, todo lo demás estaba en el suelo.

En nuestro dormitorio, los bloques y el panel de seguridad cayó encima de las almohadas, que si el Señor, no nos hubiera empujado de nuestra cama al comenzar todo, hubiéramos muerto en ese lugar.

Mientras más veíamos, más nos sorprendíamos de cómo Dios nos había guardado. Dios nos había dado otra oportunidad. Él y sólo Él nos protegió.

Más de 15000 personas murieron en una sóla noche, y de no ser por el cuidado de Dios hacia nosotros, también nosotros habríamos perdido la vida.

Ese terremoto fue una tragedia pero también se convirtió en un nuevo nacimiento.

A partir de allí, comencé a buscar de Dios, oraba, leía la biblia y le hice una promesa que nunca jamás me volvería a alejar de Él. Comenzé a enseñarles a mis hijos a orar y a buscar más del Señor, leyendo su Palabra, contándoles las historias de los grandes personajes bíblicos.

Un tiempo después

Al año siguiente, 1973, iniciamos el proceso de emigrar a la nación Venezuela, primero mi esposo con nuestra hija mayor, y en noviembre yo con nuestros dos hijos menores. Al final, Dios nos envió nuestro cuarto y último hijo.

Hoy día, somos una familia de 4 hijos: 2 varones y 2 mujeres. Ya todos ellos mayores, casados con personas también cristianas y gozamos de la compañía de 9 nietos, 6 bisnietos, 2 nueras y 2 yernos. Y para la gloria del Dios, todos somos cristianos, y así se están formando las nuevas generaciones.

Así mismo, Dios nos ha bendecido al tener un matrimonio duradero y estable, del cual éste año, estaremos celebrando nuestro 60mo Aniversario de Bodas, es decir, las bodas de diamante.

Un llamado que vive

En ese terremoto, Dios nos estaba dando una nueva oportunidad de cambiar nuestras vidas, pues sólo un ciego de entendimiento, no podría creer lo que Dios hace en la vida de sus escogidos.

Pienso en lo ciega y alejada de Dios que estaba, que aún viendo las señales en los cielos, no le buscaba, no creía que algo malo podría suceder y continuaba viviendo alejada de Él.

De la misma manera, actúan aquellos que se alejan de Dios o lo ignoran en sus vidas, pese a todos los desastres que puedan ocurrir, prefieren seguir viviendo como le agrada al mundo, en vez de buscar a quien les puede dar una nueva vida.

Para mí, ese terremoto fue la manera que Dios usó para llamar mi atención. Fue una fuerte sacudida, un terremoto en mi corazón, para recordar que hay un Dios que nos ama, nos ha escogido y está presto a escucharnos cuando acudimos a Él, con un corazón arrepentido y humillado.

Dios quiere que volvamos al primer amor. Las cosas del mundo no son capaces de sustituir a Dios. Dios quiere que vuelvas a Él, el cual es sobre todas las cosas. Es como dice en la Biblia:

Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor.

Apocalipsis 2:4

Dios te busca hoy a tí también, para que te arrepientas y sobre todo abras tu corazón de forma genuina, y confieses tus pecados con sinceridad. Él hará lo demás, es su promesa:

No nos dejará sólos, porque estará con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo.

Quiero decirles, que en los momentos más difíciles de la vida, Dios se manifiesta de una manera milagrosa y que lo único que tienes que hacer es no resistirte a ese llamado, tal como dice:

He aquí yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él , y cenaré con él y él conmigo.

Apocalipsis 3:20

QUE DIOS LES BENDIGA, y recordemos lo que nos dice el evangelio de San Juan 14 versículo 6:

“Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre sino a través de mi”

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